Por: Fr. José Alexander Abac Escalante
joseabac1989@gmail.com
El pasado 25 de Agosto, tuve la
oportunidad de participar en la celebración de una vigilia en honor a algunas
de las víctimas del conflicto armado en el país salvadoreño. Pues el Instituto de Medicina Legal de Santa Ana les entregó los
restos a los familiares de las personas asesinadas en el caserío Las Canoas, en
Santa Ana y en el cantón La Florida, en Texistepeque. Las víctimas fueron
asesinadas por elementos del Ejército durante la década de los ochenta, cuando
el conflicto estaba en sus inicios.
Fue una jornada marcada por
el sentido de recuperar la memoria histórica de estos sucesos que han causado
un inmenso dolor en las familias afectadas. Los cuerpos fueron enterrados en
una fosa común en el patio de una casa. Posteriormente se realizó la exhumación
gracias a la organización comunitaria. Este gesto hace ver la necesidad de las
personas de recuperar la memoria histórica de sus familiares. Porque a lo largo
de 30 años han experimentado una serie de injusticias de parte de las
instituciones del Estado.
La realización de la
vigilia con los restos exhumados de sus
familiares y amigos es un signo de esperanza. Posteriormente se les dio
cristiana sepultura en un lugar común para rendirles honor. Es una luz triunfante en medio de tantos
momentos oscuros y experiencias dolorosas de parte de los familiares. Recuperar
la memoria de estos hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas es de vital
importancia para la construcción de una mejor sociedad.
Es válido hacer una conexión
de este hecho personal con el aporte de Elizabeth Johnson en su libro “Amigos
de Dios y profetas”, específicamente con el tema compañeros en la memoria. En donde, deja claro tres aspectos
fundamentales: la memoria subversiva, la narrativa crítica y la solidaridad en
la diferencia.
En el primer aspecto se hace
énfasis en recuperar el valor subversivo
de la memoria. Recordar a estas personas en esa noche no fue algo así
por así. Surgieron una serie de interrogantes entorno a la experiencia de estas
personas. No encontraba respuestas, pero al momento de escuchar lo que había
sucedido descubría que la memoria de estos niños, niñas, jóvenes, hombres y mujeres
que fueron brutalmente asesinados, me hacía ver las consecuencias del odio
humano. Al contemplar las 34 cajitas en donde estaban guardados los restos,
evocaba en mi interior la lucha de estas personas. Ahora su memoria se tornaba
profundamente subversiva, su sangre derramada lanza un profundo grito de
justicia.
Conforme fue pasando la
celebración algunos familiares compartieron las luchas de estos años y algunas
historias de sus familiares. Me llamó la atención cuando un hermano compartía su memoria de la masacre.
Él tenía un mes de vida. Su mamá huyo
con él y sus hermanos a otro cantón un día antes de que ocurrió el suceso. Caía
en la cuenta de que él estuviera en una de sus cajitas, pero la historia no fue
así. Esto me hacía pensar que la vida de muchas personas fue marcada entorno a
este acontecimiento. La narración de estas historias fue penetrando mi propia
historia. Especialmente porque dentro de las mismas se fue planteando valores
como la lucha, la valentía, la fortaleza, la esperanza y el compañerismo. Sus
vidas volvían a resurgir y se hacían actuales.
Lastimosamente pude
percatarme que siendo un hecho histórico para el país, se encontraban muy pocos
medios de comunicación siguiendo la noticia. Especialmente no estaban presentes
las grandes cadenas que cubren gran parte de la población salvadoreña. Esto
hace ver que la memoria de estas personas quiere seguir ocultándose o
enterrándose. Esto no puede permitirse allí viene una necesidad personal de
seguir difundiendo mi experiencia de encuentro y contacto con la memoria de
estas personas y que sus vidas dicen mucho para nuestro presente y para la
construcción del futuro.
Finalmente puedo decir que
lo vivido y experimentado a lo largo de la jornada me impulsa a ser solidario
ante esta realidad. En la actualidad, la
violencia sistemática sigue
destruyendo la realidad de tantas familias y comunidades. La enseñanza de la
memoria de estas personas invita a no bajar los brazos. Hay que continuar
generando signos de vida y esperanza en todos los ambientes sin escatimar
esfuerzos. Considero que es un reto hacer vida la solidaridad en medio de esta
realidad de indiferencia. En muchas ocasiones tocará caminar
contracorriente para hacer vida los
valores del reino de Dios. Los amigos y compañeros de Dios a lo largo de la
historia han sido lumbreras que impulsan a una realidad distinta. Que la sangre
de estos compañeros y compañeras que fueron asesinados siga motivando en la
lucha de una sociedad más justa.
§ [1] Cfr. Johnson, Elizabeth, Amigos de Dios y profetas, traducción d Federico de Carlo
Otto, Herder, Barcelona 2004. Págs.
225-246
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