viernes, 29 de septiembre de 2017

UNA AVENTURA DE MINORIDAD AL ESTILO DE FRANCSCO VIVIENDO EL AMOR DEL CRISTO POBRE



“El día y momento exacto”
 
Recuerdo que eran uno de los momentos más esperados y del cual se nos había hablado en todo momento. La fecha establecida para dar inicio a la “Experiencia de Minoridad” estaba llegando a su plenitud.
Como a todos los hermanos, me llegó el momento de vivir en totalidad la opción que tiempo atrás había decidido tomar, una opción tomada por Jesucristo y abrazada por San Francisco. 

Con las emociones a flor de piel por enfrentarme a lo desconocido y a lo que muchos le habían nombrado como una historia de terror me correspondió el 31 de junio partir rumbo a San Esteban, Olancho en compañía de mis hermanos y mi maestro.

El viaje fue agotador y nos vimos obligados a realizar una pequeña pausa para tomar energías y luego continuar el camino que Dios ya tenía preparado para estos próximos cuarenta días de mi vida.
En una aldea llamada Macicales compuesta por apenas 20 casas que albergan menos de 100 personas fui destinado a vivir con la familia campesina Juárez Guillén, la familia que la convertiría en una fuente inmensa para descubrir mi propia historia y tomar consciencia de mis raíces, el grupo de personas que se convertirían en “Mi Familia”.


“Contacto con Cristo”

Con la aurora de cada día no solo contemplaba las maravillas que Dios ha creado para cada uno de nosotros, sino que Cristo se manifestaba con rostro palpable y sufriente en hombres y mujeres, jóvenes y niños, en esos seres humanos tan frágiles que han sido olvidados en las montañas, en aquellos lugares donde pocos desean ir.

La palabra del Evangelio dejaba de ser un montón de frases y discursos bonitos para tomar forma y darme la oportunidad de contemplar al Dios vivo en  lo cotidiano de la vida en aquellas pequeñas cosas que parecen no importante para algunos, pero que en realidad es más valioso que un tesoro escondido.

El Dios con el que me encontré trabajaba y sudaba en el campo pero también se entregaba con delicadeza en las tareas del hogar.

Poco a poco fui descubriendo el valor del amor de la madre y el padre jefes del hogar que no es otra cosa más que el mismo y enorme amor de Dios reflejado en cada una de sus acciones aún más claro en los momentos que compartíamos los alimentos que con mucha dificultad se lograban conseguir.

“Enfrentando mi realidad”






Como era de esperarse las condiciones en las cuales viví no eran como las de un palacio pintado en los cuentos, NO, en este caso era un palacio aún más grande y mejor, era el hogar de mi familia con la cual no fui el misionero ni tampoco el salvador de los pobres, fui uno entre ellos.

Los inicios fueron difíciles hasta lograr adaptarme a su ritmo de vida, a levantarme a las cuatro de la mañana con la aurora y retirarme a dormir cuando la luz del sol dejaba de alumbrar la pequeña, sencilla pero hermosa casa de adobe y madera, con techo de zinc ennegrecido por el humo del fogón y nuestros rostros tostados por un día de trabajo en los potreros, en la milpa o en el frijolar.

Las condiciones en las que se vivía o lo poco que se comía no eran motivos suficiente para poner en mi rostro una cara amarga, ni siquiera las casi dos horas que me hacía caminando para visitar la capilla o ir al trabajo. Al contrario cada penumbra, cada carestía era colmada de alegría, la alegría que solo puede causar la unidad y motivación de la familia.

Como en todas las familias hay gritos, enojos y regaños y la mía no era la excepción pase por muchos días en los cuales esta historia parecía no acabar, que más decir cuando el hombre por ser hombre quería someter a la mujer.
¡Ahhhhhh! Eso sí que fue difícil enfrentar.

Las situaciones de violencia a causa del machismo reina en muchas familias y tratar de erradicarlo es la tarea más complicada comprendí que nadie la puede realizar más que solo Dios, de mi nacían algunos consejos que ayudaban de pronto mejorar las relaciones y crear un ambiente más tranquilo y de unidad.

“Llegó la tristeza”

Habiendo transcurrido casi 20 días de la vivencia campesina me parecía quedar sin fuerzas para continuar, mi fuerza tanto física como emocional estaba en su límite y es ahí donde la gracia que Dios concede a través de los hermanos causo efecto y con una pequeña visita a mi hermano David en la comunidad de Liquidámbar renové aquellas que pensaba haber perdido.

Eran las 7 de la mañana cuando me dispuse a tomar camino rumbo a la comunidad vecina, de ida no tarde más que una hora caminando gracias a que era cuesta abajo, sin embargo el regreso fue triste pues caminando cuesta arriba ajustaba casi tres horas lo que se me hizo poco en comparación con la alegría y felicidad que había tomado de la visita.

El momento fue propicio para compartir cada experiencia vivida hasta el día 15 en las familias que Dios había destinado para nosotros, en el encuentro hubo risas y lágrimas pero lo que más disfrutamos fue sentirnos hermano menor.

“A como empieza no acaba”



Cuarenta días al inicio parecen ser casi una vida pero en realidad son cuarenta días que parecen más bien una semana de lo tan rápido que pasan, pues sin saber cuándo, ni como la vivencia estaba llegando a su final.

Todo era diferente, las casi dos horas caminando a la capilla se habían reducido a 40 minutos, la violencia había sido cambiada por la entrega y unidad en el rezo del rosario por las noches, el trabajo se convirtió en un momento agradable de compartir con los hermanos y estar en contacto con la naturaleza.

El montar a caballo no era más un pasatiempo, sino que era un necesidad para poder lograr salir a buscar transporte y llegar al pueblo.

Cuando los acontecimientos, la felicidad de haber estado con ellos, entre ellos y ser como ellos en la vida son tan grandes no existen palabras con las que se pueda expresar lo vivido, pues los sentimientos es eso, sentir, no son hablar. Las palabras pueden llegar a su fin como ahora intento terminar, en cambio las vivencias son únicas e irrepetibles porque la historia sucede de una vez y para siempre.

“Felices aquellos que en medio de la oscuridad de una noche,
Creyeron en el resplandor de la luz”

Hno. Carlos Josue Gallo Ojeda
Primer año de Postulantado, Comayagua, Honduras

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